Etapa 7. Bir Anzarane.


Cómo no, nos levantamos al amanecer. Desayunamos y hacemos una rápida revisión a los coches. No han sufrido mucho, pero conviene mirarlos de vez en cuando. Resultado: filtro de aire hecho trizas. Debió de entrarle algo de agua cuando el vadeo. 

Por suerte, Pacoto lleva uno y nos lo presta. Nos quedan muchos kilómetros hasta Bir Anzarane, el siguiente pueblo, unos 250 o así. Seguimos, no os lo vais a creer, por la misma hamada que cojimos hace tres días ya. Yo, personalmente, empiezo a estar un poco cansado de tanta hamada. Levantamos muchísimo polvo. Es imposible pasar desapercibido, pero no hay nadie para vernos. Por suerte, hay un fuerte viento lateral que nos quita el polvo de delante y, manteniendo una distancia prudencial con el de delante, podemos avanzar sin problemas y con visibilidad casi total de la pista, que, por cierto, es una de las antiguas del Dakar, con sus montones de tierra a los lados, algunos coronados por neumáticos.

Cuando vamos disfrutando de conducir por esa llanura enorme, la radio nos sobresalta: “Me he quedado sin frenos”, nos dice RPodio. Vuelta atrás. Hay que reparar como sea. Estamos, al menos, a 200 km de cualquier sitio. El tubo de freno de la rueda trasera izquierda iba suelto de sus alojamientos, y con las vibraciones y baches, se ha dañado en una curva cerca del raccord.

Rápidamente, Gus y Adri cortan el tubo, lo enderezan un poco, lo abocardan y le meten un raccord nuevo. Se conecta el tubo, se purgan los frenos y listos para seguir andando. Mientras tanto, los demás hemos aprovechado para estirar las piernas, hacernos fotos, tomar un piscolabis rápido y otras necesidades fisiológicas. 

Vamos muy bien de hora. Como os digo, el ritmo en esas pistas es muy alto. Dejamos atrás la hamada y entramos en una zona de más arena y algunos árboles. Hay algún que otro desnivel. Estamos ya a sólo unos 30 km de Bir Anzarane y Gus se para. Oye un golpeteo grave en la parte trasera. Al bajarnos a mirar, vemos que ha arrancado el soporte inferior del amortiguador trasero derecho, a lo que siguen varios juramentos en idiomas ya olvidados por la humanidad.

Sacamos el amortiguador y continuamos esos 30 km, mucho más despacio, hasta que llegamos al “pueblo”, por llamarlo de alguna manera. Allí sólo hay una mezquita, un par de casas bajas a su lado, un hotel-restaurante-tienda-frutería y el enorme cuartel de los militares. Va a ser difícil reparar aquí.

Pedimos la comida en el restaurante. Tenemos 20 minutos hasta que estén los tajines (20 minutos marroquíes, que se convierten, por arte de magia, en más de una hora y media). Al-Yawara y Navarro se van al cuartel a preguntarle a los militares si nos dejan un enchufe para el grupo de soldadura: imposible, que preguntemos en el pueblo. Preguntan al mecánico, que, además, es el gasolinero del pueblo por el infalible método del garrafón. No tiene electricidad. Vuelta al restaurante. Este hombre sí tendrá electricidad, que hemos visto teles y lámparas eléctricas dentro del limpísimo e impoluto local (sin ninguna mosca, oiga). Espero que se entienda la ironía. El cocinero/camarero nos dice que no hay electricidad, sólo de 19:00 a 22:00 y son las 15:00. No podemos perder tanto tiempo. Le decimos que le pagamos el gasoil del grupo electrógeno, pero que, por favor, nos lo arranque, que necesitamos soldar. Tras hablar con el dueño del local, acceden, arrancan el grupo, nos dicen donde enchufar, y Gus y Garmen se ponen manos a la obra a soldar.


Al resto, nos hacen pasar al “salón VIP”, que tiene sofás y un poco menos de m**rda que el resto del local. Nos agasajan con la tele, poniéndonos un apasionante partido de fútbol de la liga española, cuyo crucial desenlace puede decantar la liga de un lado u otro: el Granada-Levante. Terminan de soldar. La reparación es satisfactoria. Se monta de nuevo el amortiguador y, tras los 20 minutos marroquíes que han tardado en preparar la comida (ya van más de dos horas esperando), damos buena cuenta de los tajines, acompañadas por coca-colas marroquíes y seguidas de un té saharaui, que el camarero se esmera en preparar con toda la parafernalia del ritual del té.

Compramos pan. Va a ser la labor imprescindible de Al-Yawara en cada pueblo. Le pedimos la cuenta, dividimos entre 6, redondeamos para no andar con cambios para acá y para allá. Le preguntamos por el gasoil del grupo y nos dice que no hay que pagar nada, que está todo correcto. Le pagamos, y lo que sobra, una propinilla, que el chaval se lo ha ganado. Cuando vamos a arrancar, el coche de RPodio no hace nada. Se ha quedado sin batería. Conectamos la segunda para el arranque, y ya hace algo, pero no termina de arrancar. Se diagnostica pila del mando muerta, se sustituye y todo vuelve a la normalidad. Tomamos un poco de carretera. Estábamos ya echando de menos el asfalto (guiño, guiño, codazo, codazo).

Salimos por una pista y continuamos como una hora más. Acampamos, cenamos, y hoy no hay hoguera, que no hay leña alrededor.

Y esta foto, de propina.


Continuará...

Etapa 8: Ausserd